Ha
publicado los libros de cuento Los
inmortales (2000) y Carroñera y otras ficciones
perversas (2007); las
antologías El placer de la
brevedad / Seis escritores de minificción y un dinosaurio sentado (2005), y Pisadas en la niebla / Nuevos
cuentistas boyacenses (2010);
los poemarios Piel de recuerdo (1990), Burdelianas (1994), Rosa fragmentada (1995), Sin el azul del día (Premio CEAB, 2007), y Ab imo pectore (2010). Con Saga de los amantes obtuvo el Premio Nacional de Poesía
Universidad Metropolitana de Barranquilla, y con Estación nocturna el Premio Nacional de Poesía de
Chiquinquirá. Incluido en Árbol
del paraíso / Narradores colombianos contemporáneos (Bogotá, 2012), la Antología
Internacional de Cuento La
flor del día / Trofeos de
la lectura (Buenos Aires,
2007), en la Segunda Antología
de Cuento Corto Colombiano (Bogotá,
2007), en Comitivas invisibles
/ Cuentos de fantasmas (Buenos
Aires, 2008), y en El corazón
habitado / Últimos cuentos de amor en Colombia (Cádiz España, 2010). Con «Dalila
Dreaming» obtuvo el Premio Nacional de Cuento RELATA 2011. Fue uno de los
artistas seleccionados en la Convocatoria para la circulación internacional de
creadores, emprendedores y gestores culturales colombianos 2011. Dirige el
Taller de Cuento Ciudad de Bogotá.
E-mail: carjoscas@yahoo.es
***
POLVO Y
CENIZA
El Quiroz
viejo se quedó mirándome y, con orgullo, comenzó a contarme que la anciana
flaca y desgreñada que soplaba el fogón era su cuarta mujer.
—Es la
madre de las otras tres —dijo—,
es bruja y durante el día se ve vieja pero en la noche se pone joven, como de
diecisiete años, y sus caderas son suaves y sus senos duros.
Y
mientras hablaba acariciaba la cabeza de la añosa que se apretaba contra sus
rodillas como un perro.
—¡Quédese
y lo comprueba! —continuó—;
si quiere se la presto por un rato. Lo malo es que nos toca disputársela a
puñaladas a mis hijos, que ya probaron de su calor y se aficionaron a ella.
La mujer
levantó el rostro y emitió una risita, como un silbido, y en la habitación se
propagó un olor nauseabundo. En ese momento miré sus ojos: negros, profundos,
quietos como un pozo, y me sentí bien.
—Vale la
pena —siguió diciendo el
Quiroz viejo—. Al fin y al cabo ellos cualquier otra noche pueden
tenerla... ¡Aprovéchela antes de que todos seamos polvo y ceniza!...
Y siguió
hablando hasta que la sombra nos cercó pero yo no lo escuché, no quise, no
pude, pues quedé atrapado por la luz de aquellos ojos que ahora sentía
febriles, por aquel rostro rancio que desde entonces veo angelical. Y así fue,
Eliécer, como me convertí en otro de los Quiroz.