Jáder Rivera Monje

Nació en Teruel, Huila. 1964. Es licenciado en lingüística y Literatura. Universidad Surcolombiana. Neiva y realizó estudios de Maestría en Literatura Hispanoamericana en Universidad Javeriana de Bogotá. Fundador y Director de la Revista Indice de Literatura. Fundador y Director de la Revista Hojas Sueltas de Literatura. En 1995 obtuvo los Premios departamentales de poesía José Eustasio Rivera y de cuento Humberto Tafur Charry. En 1998 recibió el Premio Fomcultura “Colección de Autores Huilenses” con el libro de cuentos Diez Moscas en un platico con veneno. En 1999 el Premio Fomcultura. “Colección de Autores Huilenses” con el libro de dramaturgia El día sin horas. Ha publicado Prosas elementales (Samán Editores. Neiva, 1993), Los Hijos del Bosque (Trilce Editores. Bogotá, 1998), Diez moscas en un platico con veneno (Fomcultura. Neiva, 1999), El día sin horas (Fomcultura. Neiva, 1999), y Antología (Editorial Alquitrave, Bogotá, 2006).
E-mail: riverajader@gmail.com


DOS VISIONES SOBRE EL GRAN RÍO
DE LA MAGDALENA


I
Huele el río en esta tarde,
huele a valle por la lluvia lavado,
a pasto de raíz arrancado,
a parcelas de sol, de arroz y veneno.
Huele a vaca,
a ojo, a piel, a leche,
a pata de vaca en la orilla.
Y huele a canoa delgada,
a corriente de agua sencilla.
Huele a mujer sentada en la arena,
los pies hundidos en el cauce,
los párpados cerrados,
la piel, para el deseo, morena.
Huele, huele a soledad y a calma,
a viento reventado entre las hojas
y a un querer irse entre las aguas,
a un querer no ser,
diluir en el río nuestra alma.

II
Sácame los ojos, córtame la lengua,
amárrame los pies y las manos
con alambre de las cercas caídas,
mas déjame arrullar en el fondo de tu cauce
al niño ahogado cubierto de escamas,
y al hombre sin ojos, sin dedos ni boca.
Déjame acomodarle sus cabellos de medusa,
hablar de su dolor bajo el agua,
montar mi brazo por el brazo de sus padres
y decirles al oído que aún los esperan.
Haz que ascienda desde el fondo
este olor a raíz profunda arrancada con la mano,
este olor a pez y a barro podridos,
este grito de tortura y cráneo relamido.
Sácame los ojos, córtame la lengua,
amárrame los pies y las manos
con alambre de las cercas caídas,
mas déjame llorar siglos, eternidades,
déjame que descanse un poquito,
déjame sangrar, un instante, por la herida.