Nació en Güepsa (Santander) en 1954. Tras realizar estudios de Matemáticas y Física y residir en Moniquirá y Tunja, se radica en Bogotá en donde se ha desempeñado como docente y editor. Ha publicado las novelas Diana Umbra (1990), Nada es eterno (1995) y de poesía Portón del Tiempo (2001) en la Cooperativa Editorial Magisterio.
Tierra de nadie
El cauce alargado y angosto de la Antigua Calle del Agrado prolonga el espacio hasta el cerro Guadalupe. En el teatro, del mismo nombre de la calle, están proyectando Tierra de nadie, ganadora del Oscar a la mejor película extranjera. La pared contigua, que corresponde a un parqueadero, no empalma con la del paramento exterior del hotel, pero cubrieron esa separación con otra perpendicular a ellas, formando un pliegue, un rincón hacia la calle. En este tramo, cuando llueve se forman charcos que obligan a los peatones a caminar por el centro de la calzada.
En la acera hay dos mujeres. La más joven está sentada en una zorra de madera, la otra en el piso, y en medio de las dos una olla y una estufa de gasolina. Están terminando de almorzar y cada una tiene en sus manos un hueso al que no quieren dejarle ninguna muestra de carne, usando un cuchillo, los dedos y los dientes. La de mayor edad habla sin cesar con la otra, quien permanece en silencio.
Ellas habitan este territorio, pero en la fachada del hotel están exponiendo su intimidad. ¿Acaso su intimidad es su diálogo, no audible para no ser transgredido?
Al alejarme de ellas, leo el grafito escrito en la pared del hotel: Cristo viene pronto ¡oh! Alma.
Tierra de nadie
El cauce alargado y angosto de la Antigua Calle del Agrado prolonga el espacio hasta el cerro Guadalupe. En el teatro, del mismo nombre de la calle, están proyectando Tierra de nadie, ganadora del Oscar a la mejor película extranjera. La pared contigua, que corresponde a un parqueadero, no empalma con la del paramento exterior del hotel, pero cubrieron esa separación con otra perpendicular a ellas, formando un pliegue, un rincón hacia la calle. En este tramo, cuando llueve se forman charcos que obligan a los peatones a caminar por el centro de la calzada.
En la acera hay dos mujeres. La más joven está sentada en una zorra de madera, la otra en el piso, y en medio de las dos una olla y una estufa de gasolina. Están terminando de almorzar y cada una tiene en sus manos un hueso al que no quieren dejarle ninguna muestra de carne, usando un cuchillo, los dedos y los dientes. La de mayor edad habla sin cesar con la otra, quien permanece en silencio.
Ellas habitan este territorio, pero en la fachada del hotel están exponiendo su intimidad. ¿Acaso su intimidad es su diálogo, no audible para no ser transgredido?
Al alejarme de ellas, leo el grafito escrito en la pared del hotel: Cristo viene pronto ¡oh! Alma.